El 30 de junio de 1908, la quietud del bosque junto al río Tunguska, en la meseta siberiana, se interrumpió por un gran estallido que sacudió a toda Rusia. La detonación acabó con aproximadamente 2 mil 150 kilómetros cuadrados de bosque, arrancó desde su raíz a más de 80 millones de árboles y mató a numerosos animales.
Este evento, cuya onda expansiva rompió cristales a 400 kilómetros de distancia, se ha intentado explicar con diversas hipótesis que van desde un castigo divino o un agujero negro, hasta naves extraterrestres.
Diecinueve años después de la catástrofe, una misión científica dirigida por el mineralista soviético Leonid Kulik, concluyó que un bólido había sido el causante de tal tragedia, porque se trata de un cuerpo extraterrestre que ingresa a la atmósfera, por la fricción se calienta en grado extremo, lo que provoca un estallido y su fragmentación, esto explicaría porque nunca se encontraron restos del cuerpo celeste ni un cráter que hubiese provocado.
Estudios recientes corroboran esa hipótesis: se considera que el bólido, con un diámetro de entre 100 y 200 kilómetros, pasó cerca de la Tierra, a 72 mil kilómetros por hora, desprendió tal cantidad de calor que, por su gran tamaño, provocó esos daños.
Ante la posibilidad de que esto ocurra en zonas habitadas, provocando un desastre natural, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó que el 30 de junio se declarara Día Internacional de los Asteroides, cuyo objetivo es concientizar sobre el peligro ante impactos de esta naturaleza y crear acciones internacionales para salvaguardar la seguridad pública.